El rol del Estado en la vida cotidiana es de suma importancia: de su actividad dependen la seguridad, la salud, la educación, el control de las fronteras, el estado de las calles y las rutas, la defensa nacional, por nombrar solo algunas de las tareas que tienen como gestión los gobiernos, en sus diferentes estamentos.
Hasta aquí no habría mayor problema en asumir, como sociedad, que delegamos en un tercero el manejo de estas cuestiones. Pero al mismo tiempo, todos le exigimos al Gobierno, en cabeza del Estado, una solución a los problemas que afectan las vidas humanas, los bienes materiales a los recursos naturales.
Porque el gran desafío de las sociedades modernas es la administración de los conflictos, públicos o privados, que se generan entre partes. Pero que nunca existe es un Estado que tenga neutralidad en sus decisiones.
Lo que a unos favorece muchas veces perjudica a otros. Y los gobiernos siempre tienen una política acorde a la representación que ejercen. En teoría son el gobierno de todos, pero en la práctica sus intereses de lo público son la extensión de los intereses de un sector de la sociedad, que puede ser mayoritario o minoritario.
Algo de eso se ve por estas horas con la decisión del gobierno de Mauricio Macri de avanzar por decreto con modificaciones a la ley de ART y con los controles migratorios.
Los conflictos son el motor de la historia, pretender que desaparezcan no solo es ingenuo, sino imposible.
El arte del gobernante es saber administrarlos en equilibrio.
¿Estaremos preparados para esta cuestión?
Esa es una de las grandes preguntas de estos tiempos.